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Colectivo Artístico y Cultural

jueves, 24 de septiembre de 2009

El Cabaret


Este artículo, publicado en la revista "El Hogar" de Buenos Aires, el 31 de diciembre de 1920, da una clara idea de los problemas que tuvo que soportar el tango para entrar en la vida de la sociedad porteña.


Vamos a ver un cabaret por dentro, señores; pero antes es necesaria una pregunta: ¿Saben ustedes lo que es un cabaret?


En estos últimos años, los autores del teatro argentino han descubierto que el cabaret es un lindo tema para explotar con provecho pecuniario. Desde "Los dientes del perro", que lo sacó a escena con tanto éxito de público, varias son las obras que han estrenado nuestras compañías dramáticas, sin otro motivo que el del cabaret. Como apenas ha quedado persona en Buenos Aires que no haya visto alguna de esas representaciones, pocos serán los que no se crean autorizados a responder afirmativamente a la pregunta que acabamos de formular, describiendo el cabaret como un lugar de máxima diversión y orgía, como un antro de locura y perdición, según el concepto que de la famosa institución parisiense tienen las señoras ancianas.
Pues bien, señores: están ustedes equivocados fundamentalmente. El cabaret verdadero (en Buenos Aires, cuando menos) dista mucho, muchisimo, de ser el que nos ofrecen los escenarios nacionales, y muchísimo más aún del que se imaginan las mamás severas y melindrosas. Vamos a verlo.


* Una sala de "tea room"


Todo el cabaret (cualquiera de los varios que hay en Buenos Aires) se reduce a un salón más o menos amplio, alfombrado de rojo, empapelado severamente y con iluminación ordinaria. Ni hay tal edificio típico, como se supone, ni tales pinturas escandalosas murales, ni tales guirnaldas de lamparillas, con profusión de colores. Un salón de café como los que hay a vista de todos, y aun, a veces, de adorno más discreto.
El salón tiene como treinta mesas, algunas de ellas cubiertas con un mantelito impecablemente almidonado, de rígidos dobleces. Están dispuestas para el servicio de licores de gente alegre, como podían estarlo para un "tea room" familiar. Hacia la pared de enfrente, entrando, las mesas separadas, dejan vacío un espacio de cinco metros por cinco (milímetro más o menos), destinado para bailar, y terminando este espacio, junto a la pared, se eleva un altillo, con baranda de terciopelo rojo, para la orquesta, que es la de cualquier café habitual.
Bien dispuesto, todo ordenadito y simétrico, sin recovecos y sin mayor variedad, el salón mismo ya no parece muy incitante a armar gresca.


* Compostura y gravedad, son las características de la concurrencia .


Al entrar, lo primero que sorprende es el silencio y la compostura que todo el mundo guarda en el salón. Están ocupadas casi todas las mesas: unas, con hombres solos; otras, con mujeres solas; otras, con clientela mixta. Saludan muy correctamente a los que van entrando. A las mujeres se les adivina la índole porque, sin levantar los codos de la mesa, dan vuelta la cabeza y miran fijamente, aunque con marcada displicencia.
Los hombres (jóvenes en su mayoría) visten elegantemente; están sentados con absoluta corrección; fuman, y, de cuando en cuando, se llevan a los labios con gran delicadeza la copita de licor que tienen delante. Si los de cada mesa hablan, sería cosa de creer que hablaban por señas, pues no se les oye palabra.
¡Pumba, pumba!... Los corchos del champaña contra el techo, la espuma que se derrama... Tontería: ni estampido, ni espuma, ni algazara, ni nada. Hasta ahora no hemos perdido la impresión de un té familiar y aristocrático, que nos ha dado el local. Si algo pudiera decirse de aquellos mozos que la gente se imagina tan perdidos, es que parece que quieren rivalizar en peinado con bandolina y en chalecos blancos.
Nos han mirado como con un poco de sorpresa, al entrar, porque no éramos habituales; pero luego, en toda la noche nos han dejado lo mas tranquilos, hasta casi fastidiados al ver que les importaba tan poco nuestra presencia.


* El tango con corte y un bailarín que se destaca


La orquesta ha roto con un valse muy conocido. Pensamos que ahora no más van a empezar los músicos o el público a los gritos, a hacer sonar pitos o matracas; pero no: los músicos, severísimos en sus funciones, no habrían ejecutado con mayor parsimonia la Sinfonía Heroica, y la concurrencia permanece alrededor de las mesas en su charla muda.
Después de algunos compases, dos de las mujeres que están sin compañero, salen al estadio y valsan, haciendo de hombre una de ellas que no hay más que pedir. Cuando han dado unas vueltas, otra de las mujeres les dice desde una mesa: ¡Fuera! silbato al mismo tiempo. Ellas sonríen y siguen, hasta concluir el valse. A los pocos minutos vuelve ha hacerse oír la orquesta; pero ahora con un tango.
Evidentemente, el tango produce algo más de animación en la sala; pero no todavía, ni con mucho, la que nos suponemos. ¿Vendrán ahora los gritos destemplados y los mil ruidos rarísimos que oímos en el cabaret teatral? Al sentir las primeras notas del tango, entre las mesas se produce un leve movimiento general. Los jóvenes toman pareja y salen; pero mujeres y hombres salen serios, se toman de las manos y del busto sin el menor desenfado.
Los modos del baile son infinitamente más santos que los de cualquier "reunión social". ¿Tango con corte? Sí, si es que a esto se le llama corte; pero, en ese caso, de un corte muy discreto. Así como ante las mesas todos parecen que rivalizaran en corrección, en el baile todos se muestran formalísimos. Los hombres, tiesos, rígidos, danzan a paso medido y circunspecto, Iuciendo más que nada el charol del zapato; y las sinuosidades femeninas, en ningún momento quiebran la línea normal del paso callejero.
Uno de los bailarines (casi una mosca blanca) quiere lucirse pronunciando más el corte y haciendo la quebrada en las vueltas de esquina; pero se ve que no es lo acostumbrado, porque la compañera tiene cara de disgusto y se cimbrea de mala gana.
La orquesta calla y los tripudiantes vuelven a sus asientos respectivos, sin jadeo, sin risas, sin comentarios, otra vez a mirar el humo de los cigarrillos y a catar los licores delicadamente. ¡Oh, la gente alegre del cabaret!


* Poco descote, luto e historias sentimentales


Conforme vimos a las mujeres ante las mesas, ya nos fijamos en que las batas no eran, precisamente, las de una época de escasez de géneros. Brazos y cuellos más descotados se pueden ver todos los días a la salida de misa. Ahora, en el baile, hemos advertido que tampoco las polleras huyen del suelo. En la calle Florida, a cualquier hora del día, resulta más fácil saber de qué color son las medias femeninas.
Otro detalle de la vestimenta de las mujeres: hay unas treinta, y de las treinta, seis visten de negro. ¿Están de luto? No; es que la apariencia del luto las hace más atrayentes. Los muchachos van a divertirse; pero ellas, que están en su oficio, saben bien lo que hacen al ponerse en sentimental. Alguna de ellas, recogida en un rincón con uno de los concurrentes, que la escucha muy atento, hasta se ve obligada a inventar una tragedia familiar y a poner la cara compungida, en consonancia con su vestido.


* Un patotero. ¡que lo echen!


Vuelven a tocar un tango. Están en los primeros pasos, exactamente como antes, unas diez parejas, cuando se oyen unas voces como de discusión, hacia una de las mesas.
-¿Qué pasa, qué pasa? El joven aquél del corte y las quebradas ha invitado al baile a su compañera de antes; ella se ha negado; él ha pedido explicaciones; ella ha insistido en la negativa, diciendo que no tenía ganas de bailar. Entonces él, ofendido, ha levantado la voz. Al oírle, los bailarines se han detenido; los de las mesas se han levantado, mirando hacia el lugar del ruido, pero sin moverse de su sitio; los seis mozos de servicio han corrido presurosos a rodear al díscolo, y uno que parecía capataz o encargado o patrón, se ha acercado también y, después de enterarse del origen de su protesta, ha dicho:
-Y, caballero; estará cansada.
-¿Para qué está aquí, entonces, para qué? -replica el otro en pésimo tono.
-iQue lo saquen! -exclama uno desde otra mesa; y todos le hacen coro en seguida:
-¡Que lo saquen, que lo saquen! -gritan de todos lados; y le arman tal silbatina al tipo, que tiene que retirarse, acompañado hasta la puerta por el que parece capataz.
-Es un patotero -dice despectivamente una de las mujeres, cuando el protestador se ha ido. -Bueno: y a hemos oído los gritos y los chiflidos y el batifondo del cabaret.
La orquesta sigue con sus tangos, alternados con algún valse o algún "fox-trot", que nadie baila.


* Tres que vienen a divertirse


Desde hace rato, venimos observando a tres señores, ya de cierta edad y elegantes como todos, que se acodan en una mesa frente a la nuestra y no han dado señas de moverse ni hablar después de haber pedido las copas, que todavía permanecen intactas. Tienen un aspecto de gravedad que descorazona. Nos despierta curiosidad su actitud y no podemos resistirnos a preguntarle a la mujer que tenemos cerca, qué vienen a hacer al cabaret.
-¿Qué van a hacer? Divertirse -nos responde la interrogada, al tiempo que lanza un formidable bostezo y se da una palmada en la boca abierta.
-¿Y vos? ¿No bailás? -nos pregunta la misma mujer.
Confesamos que nos ha chocado bastante ese "vos" de la pregunta. Parecía propio del caso y del lugar que nos dijese: -¿Y usted, caballero?


* El aburrimiento es un artículo caro


En fin, después de dos horas de expectativa, pensando inútilmente ver romperse aquella monotonía agobiadora, hemos pedido la cuenta. ¡Diez pesos!...
Pero es mejor no protestar: el aburrimiento hay que pagarlo. Otra noche, si nos queremos divertir y ver gente alegre y tangos con corte y hombres de andar cadencioso y borrachos y patoteros y provincianos atolondrados y descotes y tobillos, y oír bulla y juerga en toda la linea; en fin, si queremos asistir a un cabaret , iremos a un teatro nacional. Por un peso, hasta es probable que nos toque alguna generosa vecina de platea* ( Colaboración enviada por Nicolás Stranjer).

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